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miércoles, 17 de noviembre de 2010

Desde el Ganges



Infortunios
Disculpad el retraso... Por lo visto, después de la fiebre tifoidea me deparaba otra dolencia. Esta vez ha sido cosa del azar o de mi torpeza. La caída por unas empinadas escaleras me inmovilizó la espalda temporalmente, acabando en un esguince que ya empiezo a tomarme con buen humor. Si me paro a pensarlo, puedo incluso creer que tengo mala suerte. Prefiero no detenerme y seguir desafiando el porvenir.


Happy Diwali!
Todo quedó inundado en llamas. Cientos de velas ardían navegando por el Ganges mientras el cielo, ya oscuro, se iluminaba de colores. Los estallidos eran constantes y explotaban al unísono de cada risa de los más pequeños. El Diwali o “Festival de las Luces” despertó una alegría desbordante en las calles de Varanasi. Se repartieron dulces entre vecinos, familiares y comercios. En la entrada del nuevo año hindú todo eran sonrisas y veneraciones. Lakshmi, consorte del dios Vishnu, era la divinidad a quién se rindió más devoción. Presidía la festividad al ser ella quien otorga la prosperidad y la riqueza.

Las calles estaban repletas de gente, vistiendo ropa de estreno y acompañados de familiares y amigos. Cuenta la leyenda que el príncipe Rama, después de haber derrotado a Ravana, rey de los demonios, regresó a la ciudad de Ayodhya. Su victoria, que conllevó la liberación de dieciséis mil doncellas que permanecían prisioneras, movilizó al pueblo para su bienvenida. Los habitantes llenaron las murallas y los tejados con lámparas para guiar a Rama en su camino.
El olor a aceite de las lámparas y la luz tenue de las velas transportaban a ese momento, dejando que una se guie por el fuego, se adentre por las calles, por la historia.


Exámenes con buena nota

Los niños de los suburbios de Sigra ya llevan más de un mes en las aulas. Todo estudio requiere un seguimiento para obtener buenos frutos. Soma, la coordinadora del proyecto, realizó los tests mensuales que califican los conocimientos adquiridos por los pequeños. El resultado fue exitoso, con notas que demuestran el progreso de unos niños que pocos días antes desconocían lo que era un cuaderno. El abecedario en inglés y en hindi, los números y sus cálculos ya son conocidos a un nivel más que satisfactorio por nuestros nuevos estudiantes. Con solamente una hora y media de clase preparatoria al día, la evolución está siendo absolutamente propicia. Pronto, en abril, muchos de ellos abrirán sus libros y tararearán sus letras, se perderán en sus páginas, en sus misterios, en nuevos retos que les conducirán a nuevas proezas.

A pesar de todo, en la constancia reside el éxito. En el caso de los niños más mayores, el trayecto tiene más baches. No por falta de interés o de entusiasmo, los niños de 9 a 12 años se ven obligados a encogerse de hombros y dar la espalda a sus sueños. Lo comprobamos a diario paseando por los bellos ghats que acompañan al Ganges. Con sus escalinatas, siempre llenas de vida y de realidad en estado puro. Ellos, con grandes bandejas de mimbre en sus brazos, merodean la zona a la caza de turistas que quieran comprarles una flor para echarla al agua, dónde se pierden sus ilusiones, su futuro. Sus miradas, perceptiblemente tristes, pero siempre acompañadas de una sonrisa, esconden la frustración de un niño que es forzado a ser adulto.

La educación, en este caso de los padres, es la vía. Se les intenta concienciar sobre la importancia de escolarizar a sus hijos, para romper ese círculo de imposibilidades, para abrirles puertas, para darles opción. Llegar a la meta es difícil, pero seguiremos cultivando el camino, plantando semillas para el cambio.


Luces y penumbrasEstas últimas semanas hemos tenido mucho trabajo. Por suerte, la buena compañía facilita cualquier esfuerzo. Cristina, la hermana de María, y Nacho, socio y amigo, nos acompañaron en estas tierras. Desde el amanecer hasta el último soplo de vida en las calles, trabajaron con esa devoción que solo tienen los que saben lo que buscan, los que disfrutan de su labor. Cristina y Nacho son los creadores de la nueva productora audiovisual La Soga Films. Aprovechando la visita a la India para conocer mejor el proyecto que María fundó hace un año, dedicaron sus días a la grabación de una pieza documental que muestra la vida de una de las familias dentro del programa de Semilla para el Cambio.

Fue más que un honor acompañarles en esta tarea, compartir momentos y experiencias. El rodaje requirió una aproximación muy cercana y constante con la familia seleccionada. El acercamiento dio pie a conocer matices casi imperceptibles fuera de las paredes de esa casa a orillas del Ganges. Era ya de noche, habíamos quedado con ellos para una breve entrevista. Después de realizar varios ejercicios de equilibrio, pues su hogar se encuentra en un lugar de acceso complicado, nos descalzamos y entramos. Una vez dentro, quedamos encerrados en un desconsolado estremecimiento.

Desafortunadamente, no es nada nuevo ni fuera de lo común que una mujer sea maltratada por su marido aquí en la India como en otros muchos lugares del mundo. Escuchar de cerca el llanto y ver cómo le caen las lágrimas mientras miente, por miedo, es absolutamente aterrador.
La mamá de S. tiene 5 hijos. Los tres pequeños están escolarizados dentro del programa de Semilla. La hija mayor pronto debe casarse y pagar la dote; y el mayor de los varones, de 12 años, es obligado a trabajar para ayudar a costear los gastos familiares. El padre y la madre trabajan en la construcción por sueldos irrisorios que el marido acaba consumiendo copa tras copa.

El primer estímulo que le viene a alguien después de presenciar un capítulo de semejante calibre es la rabia. Pero el odio no sirve más que para cultivar este círculo de atrocidades.
La discriminación a la mujer en la India comienza desde el vientre y la cuna, desde el feticidio de féminas a la realización de las tareas más duras y la posterior venta o casamiento a cambio de dinero. La complicada situación económica de las familias más pobres se traduce en casos severos de drogadicción y alcoholismo entre los varones, que a su vez, desemboca en la violencia conyugal y el abuso sexual.

Tuve mis dudas al decidir si escribir estas líneas. La impotencia acabó decidiendo por mí. Presenciar situaciones tan desgarradoras hace que tu corazón se debata entre lo correcto y lo moral. Es difícil resolver casos como este en un país dónde nada es lo que parece. Para acabar con el mutismo, con el dolor silenciado, hace falta dar voz y asistencia tanto a las víctimas como a los agresores. Semilla para el Cambio invitará mensualmente a los padres de las familias para sensibilizarles sobre la importancia de sus actitudes, de su comportamiento frente a sus hijos, insistiendo en renunciar a hábitos que desemboquen en el uso de la violencia.


Desde el Ganges, con sus aguas sagradas, se pueden pedir deseos. Durante el Diwali, dicen que cuanto más lejos vayan las velas que los transportan, mayor será la felicidad en el año venidero. Una deja de creer en los milagros a pesar de estar en una ciudad tan increíblemente mística. No basta con encender una vela y dejar que se la lleve la corriente, río abajo. Hay que luchar. Por ellas y por sus hijos, por su resignación forzada, por su dignidad.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Todo queda en familia






Días de fiebre
4:30 de la mañana. Hoy toca madrugar. En realidad, llevo toda la noche sin pegar ojo. Las secuelas de la fiebre tifoidea que ha decidido combatir la vacuna e instalarse en mi cuerpo colabora a este malestar, aunque también los días de rodaje en los suburbios de Sigra.
Las calles están enterradas en silencio, parecen otras. Todavía está oscuro y los perros callejeros, con sus miradas desafiantes, aguardan como vigilantes de su zona. Un ladrido agudo es suficiente para guardarles respeto.
En Godoulia, centro del caos urbano, también se respira la tranquilidad de la noche, pero empiezan a desfilar algunos rickshaws atentos a nuestros pasos.
Llegamos a Sigra justo antes del amanecer. Las luces de las chabolas iban encendiéndose casi al mismo ritmo que cada picadura de mosquito en mis tobillos. En cuanto nos vieron, la colonia se despertó de repente.
Estamos nuevamente de rodaje, esta vez grabando algo muy cercano. Para que podáis entrar en su casa, verles despertar, trabajar, cocinar, cuidar de sus pequeños, escucharles, sentir y compartir parte de su día a día, alejados del resto. Estamos deseando compartirlo.



De reunión en reunión



Siguen los rodajes y siguen también las reuniones. Como cada mes, nos encontramos con las madres de los niños escolarizados. Esta vez contamos con la ayuda de dos voluntarias de Alicante, Victoria y Marina, fisioterapeuta y enfermera de profesión. Resulta sorprendente incidir en hábitos higiénicos tan patentes en nuestro día a día; tener que recordar algo tan rutinario como lavarse el pelo o cepillarse los dientes. Marina y Victoria colaboraron con una charla dónde se insistía en la necesidad de adquirir prácticas de higiene esenciales para la buena salud tanto de las madres como de los niños. Desde conceptos tan básicos como lavarse las manos antes y después de comer a adoptar una postura correcta para largas horas de trabajo sirvieron como referente para su desconocimiento.
Escuchaban, atentas, corrigiendo su posición y comentando unas con otras con desconcierto pero con interés. Incluso Soma, la coordinadora, se sorprendió al descubrir trucos como lavar el pelo con vinagre para combatir los piojos.


Sigra también fue escenario de reuniones. La nueva escuela fue el centro donde congregamos a las familias de todas las colonias. Era un día esperado por ellos y por nosotros, una sesión donde se explicaría el quién y el porqué de lo que inquietaba a todos los habitantes de la zona. Después del aumento de alumnos, inesperado y veloz, era más que necesario dar más detalles sobre el programa. Estaban impacientes, acercándose a la escuela incluso unos días antes para averiguar cuanto antes todo lo que se les ofrecería. Nos impresionó notablemente entrar y verles sentados en orden, siguiéndonos con la mirada, expectantes. La sala era un baño de colores y de comentarios en voz baja. Los hombres sentados en lo alto de las banquetas, observantes; las mujeres con sus bebés, nerviosas. Además de Soma, nos acompañó la madre de dos de los niños que ya forman parte del programa educativo. Elegante, con un sari de tonos rosáceos y sandalias doradas, disfrutó como una invitada de honor. Su testimonio ayudó a poner un pie en el círculo de confianza de las colonias, que todavía tenían dudas ante una ayuda repentina y desinteresada. La conocían, y ella, espléndida y satisfecha, explicó los beneficios y las mejoras de sus hijos, ya escolarizados. En familia, respondió a sus preguntas, muchas de ellas formuladas en secreto, para asegurarse ante lo desconocido. Sus miradas de aprobación y la unión de sus manos a la altura del pecho fueron la firma definitiva de su consentimiento y su respeto. Namaste.


Estas dos últimas semanas han sido delirantes. Una ya no sabe establecer la frontera entre lo real y lo imaginario. Grabar en los suburbios origina un discurso interior que conduce a la pérdida de sueño y a la irremediable búsqueda de una solución inmediata imposible. Después de compartir su tiempo, la involucración es tan directa que puede resultar inquietante si la trasladas, inevitablemente, a tu conciencia.
Mirarles a través del objetivo ofrece una visión que no es capaz de percibir el ojo humano. La colonia se descubrió, todos querían ser protagonistas de algo que ni siquiera comprenden.
Se unieron como una gran familia, donde todo es asunto de todos. Todos quieren saber, todos preguntan, todos divisan esa esperanza que les libere de su situación. Nada puede permanecer a escondidas de los demás. Hubo cabida también para repentinas envidias por acaparar la atención ante la cámara. Los más pequeños ansiaban por verse retratados en el visor, mientras los padres curioseaban y ponían un poco de orden ante el descontrol. Tal vez así, se abra una puerta que deje entrever sus carencias, que de voz a sus necesidades.


Todos buscamos una salida, una mejora, cuando nos encontramos ante dificultades. Pude sentir en mi piel esta necesidad cuando mi cuerpo ardía a 39 grados de fiebre. Con un termómetro bajo el brazo la percepción de las cosas nunca es exactamente como lo que sucede en realidad, pero en este caso no se alejaba tanto de lo que ocurría en mi habitación. Me desperté entre sábanas empapadas de sudor frío, pensando en el peor de los males, hasta que llegó un hombre acompañado de un ayudante con un maletín. Era el médico. Llevaba 48 horas con fiebres altas, con lo que, a pesar de no entender nada de lo que decían, me alegré de su presencia. Hasta que llegó el tercero. Un hombre con una gran goma elástica que ató fuertemente a mi brazo para darme después el pinchazo que diagnosticaría qué bacteria navegaba por mis venas. Nunca antes me habían hecho un análisis de sangre en casa. Hablaban sin parar, sin darte opción casi ni a preguntar para no perder tiempo buscando el mejor remedio. Después de unos días refugiándome para mi recuperación, salí a la calle con una sonrisa, todavía débil. Me alegró volver a saludar a los vecinos, que me transmitían su preocupación. Esa gran familia que pregunta, que se implica, que te cuida. El afecto es recíproco, vamos a seguir cuidándonos.